Hace muchos años, cuando yo no era más que un mozalbete
enamorado de la lectura, acompañé a un familiar a comprar libros en una librería
de segunda mano. Cuando entré en aquel recinto, mis sentidos se volvieron locos. El
aroma a papel ajado y antiguo, el polvo posado sobre las ingentes cantidades de
volúmenes allí atesorados… todo en aquel lugar me hizo reafirmarme en la
sensación de que aquello que me rodeaba marcarían mi futuro. Ojeando los ejemplares,
descubrí dos lomos de color negro que me llamaron la atención. Solo una palabra
en rojo en la parte superior fue suficiente para abrir sus páginas y hojear su
contenido: Fantasía. Gracias a ello me vi impulsado a hacerme con los dos volúmenes.
El primero ni lo recuerdo, y no podría asegurar cual era su argumento. Pero el
segundo… el segundo me enamoró desde la primera página; desde su título, podría
incluso asegurar, debido a lo extraño del mismo. Lo devoré como un perro devora
un hueso de cocido en la intimidad de su rincón. Al leer su última página, la
curiosidad por aquel original argumento me hizo acercarme a la biografía del
autor, algo que nunca había hecho antes. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que lo que tenía entre mis manos se trataba de una continuación de otro de
extraño título también. Durante años me embarqué en la búsqueda de tan ansiado
ejemplar, siempre de manera infructuosa, hasta que hace unas semanas, más bien
un mes, en una conversación con amigos descubrí que aquel libro que ya casi
había olvidado, había sido reeditado por Ediciones Gigamesh y era posible
encontrarlo en la actualidad. La suerte me sonrió de nuevo cuando en mi visita
al Festival Celsius232 uno de mis acompañantes, presente en aquella charla, me
regaló el ejemplar que ahora tengo junto al teclado y que vamos a intentar
reseñar. Se trata de Bosque Mitago y su continuación, Lavondyss.
En los rincones más profundos del bosque Rhyope, un lugar
apenas hollado por el hombre y más extenso de lo que indican los mapas, existe
una magia primigenia que provoca que mitos y leyendas se encarnen en seres
tangibles. Steven Huxley, decidido a desentrañar el misterio que persigue a su
familia, se adentra en el bosque y descubre un mundo mucho más extraño de lo
que jamás podría haber imaginado.
Bosque Mitago es uno de los grandes logros de la fantasía moderna.
En uno de los juegos de claros y sombras más ricos y originales del género,
Robert Holdstock despliega una historia entroncada en la mitología celta cuyo
recuerdo perdura mucho después de haber dejado atrás su última página.
Cuando mis dedos abrieron por primera vez el libro y me
sumergí en la lectura de su prólogo, automáticamente quedé prendado de lo que
allí se decía. Normalmente los prólogos no son algo a lo que le de importancia,
aunque soy muy consciente de que una buena presentación de lo que se va a leer
a continuación puede prepararte de manera positiva para la experiencia que vas
a vivir. El cómo ahonda en la sensación de la “virginidad” al afrontar una
nueva lectura y la tristeza que se va apoderando de ti cuando las páginas van
llegando a su fin, me hicieron recordar de nuevo lo maravillosa que fue la
experiencia de leer Lavondyss y lo mal que me sentí cuando abandoné los límites
de su extensión. A cargo de Cristina Macía, su traductora, no creo que exista
mejor manera de comenzar a leer la novela que con sus palabras.
He de reconocer que Bosque Mitago no es una lectura fácil.
Me explico. El libro está cargado de narraciones y detalles. Páginas y más
páginas desnudas de diálogos que ahondan en las descripciones de los
alrededores del bosque, de los aromas que efluvian sus límites y de los
espíritus y las leyendas que les dieron origen. Si El señor de los anillos te
pareció lento, es posible que esta obra también te lo pueda parecer. Con un
lenguaje entre la oda y el homenaje a las fuerzas de la Naturaleza, Robert
Holdstock, su autor, nos llena nuestro imaginario particular de sensaciones
imposibles de vivir lejos de dicho emplazamiento pero que, de una manera
sublime los posa en nuestros sentidos y nos empuja a escuchar el sonido de las agujas
de los pinos bajo nuestros pies o el aroma de los helechos al atravesar una
zona boscosa. Hasta ese límite su creador es capaz de hacer transmitir sus
ideas. Además, su conocimiento sobre la cultura celta acrecienta esa sensación
del hombre y el entorno siendo uno, idea que aunque no se explota durante la
lectura sí que deja un poso certero en nuestro cerebro.
El argumento, intrincado como las ramas de un roble, va
arrancando a la misma velocidad que estos árboles crecen y ocultando la
verdadera trama en una imitación a las raíces que se ocultan en la tierra y se
introducen varios metros por debajo. Hasta que el árbol no cae sobre su propio
peso, no podemos disfrutar de las maravillas que se esconden bajo él. Bosque
Mitago es exactamente igual. Es la Naturaleza hecha novela. Sus protagonistas
se ven inmersos en unas historias mil veces contadas, solo que esta vez pueden
ver el origen, la leyenda primigenia. Primero a través de los ojos de su padre
cuando les habla de lo que se esconde en el bosque que circunda su casa, tras
su muerte mediante las hojas del diario que dejó escrito en el domicilio, y más
adelante con sus propios ojos, cuando por distintas causas no tienen más
remedio que introducirse en sus límites y sufrir y disfrutar las maravillas que
se esconden en su interior.
Sus personajes, a cada cual más desarrollado, cuentan cada
uno una historia con su propio perfil. Todos tan parecidos, todos tan alejados
unos de otros. El protagonista, Steven, evoluciona de una manera pausada pero
continua, pasando de ser un urbanita londinense a un pueblerino temeroso de las
leyendas locales para más tarde ser parte de las propias leyendas contenidas
dentro del Bosque. Christian, su hermano, o el padre de ambos, George, a pesar
de no aparecer mucho en la novela, tienen un peso equilibrado en la misma y
sobre todo, hacen que en cada una de sus apariciones seas capaz de notar su
evolución en el tiempo y puedas apreciar la lógica de dicho cambio,
enriqueciendo así toda la trama más si cabe. Pero si he de destacar algún
personaje, sin duda es la parte femenina, mostrada en el rol de Guiwenneth.
Ella es el Bosque hecho carne, la leyenda que camina. Es la esencia de los
árboles, el aroma del musgo y la fluidez del agua que baña sus límites. Sin
duda es el más arrebatador de todos los que moran el libro. Su dulzura e
inocencia por unos momentos, se tornan fiereza y primitiva en pocos segundos
dependiendo de la situación que esté ocurriendo. Sus palabras, su trasfondo, su
cercanía… todo en ella te atrapa y no te deja escapar de sus dedos.
Aunque si he de hacer honor a la verdad, el verdadero
protagonista de la novela es el Bosque Ryhope. La sensación de libertad que
destilan sus páginas cuando te sumerges en la lectura, al principio puede
llegar a ser muy real y certera, ahondando en la idea de la amplitud y la
independencia de este hacia lo que le rodea. Sin embargo, a medida que la
historia avanza, el Bosque se va cerrando sobre los personajes, asfixiándoles y
mostrando su verdadera fortaleza. El agua, las raíces, los árboles… todo aquí
es peligroso y al final la angustia, la asfixia y el abandono son las
sensaciones que junto al agobio, más sientes al caminar por entre sus lindes.
No quiero dejar pasar la ocasión de comentar la idea de los Mitagos. Seres sobrenaturales que moran este bosque tan especial y que surgen de las Leyendas implantadas en el imaginario popular. La magia de la espesura unida a las mentes de los protagonistas, darán lugar a seres fantásticos imposibles de concebir. Espíritus vaporosos, barcos fantasmales o tribus ancestrales. Todo tiene cabida en la superficie natural que es esta vegetación.
La mayor parte de la novela la pasas alienado con lo que
sucede entre sus páginas. En parte por lo difícil y fantástico de su argumento
y, sobre todo, como pronto descubrirás, por lo extraño del mismo. La narración
pasa por momentos de realidad, en los que lo que se cuenta forma parte del
mundo que nosotros conocemos, para de repente, tornarse en la historia de algo
que pasó hace miles de años, en los anales del tiempo, cuando el hombre ni
existía y esto, unido a lo feérico de todo lo que rodea la novela, convierte su
trama en algo nublado, vaporoso, que hasta que no alcanzas su final no eres
capaz de ensamblar por lo difuso que suena a veces todo. Y eso para algunos
lectores puede convertirse en un punto negativo a destacar.
Poco más puedo decir de esta historia que a mí me atrapó
desde sus primeras frases y que por desgracia, he terminado de leer. No sé si
algún día volveré a atravesar los límites del Bosque pero, sin duda, siempre
recordaré lo extenuante que fue cruzar sus hectáreas de tinta. Recomendado a
todo aquel que disfrute de la lectura, sin más.