De nuevo,
con muchísimo retraso y bastante más tarde de lo que me habría gustado,
aparezco por aquí para comentar una nueva novela que ha pasado por mis manos.
Se trata de Calles de chatarra, el segundo trabajo de Alex Guardiola y primer
lanzamiento de la editorial Palabras de agua, que ha dado mucho que hablar por
Internet en los últimos meses.
La sinopsis,
voy a usar la de la contraportada del propio libro, ya que me parece de lo más
acertada y, tras ella, comentaremos su contenido:
Una oscura noche, después de una
discusión familiar, la pequeña Irina asiste impotente al asesinato de su
hermana sin ser capaz de explicar nada ni a la policía ni a sus padres. Ya
adulta, Irina Gryzina, detective del departamento de inhumanos de Semura, será
la encargada de resolver el caso del homicidio de una ninfa con el que se pone
en jaque la débil convivencia pacífica entre humanos e inhumanos. Sin embargo,
según avanza la investigación, Irina comenzará a desenterrar demonios de su
pasado que creía olvidados. Una novela de tráfico de drogas y alcohol,
corrupción, amores perdidos, racismo, traiciones y asesinatos… Una historia
plagada de personajes que no dudarán en bajar a los infiernos para conseguir
sus objetivos. Una novela de género negro ambientada en un mundo fantástico
demasiado parecido al nuestro.
La historia
como podéis ver, gira alrededor de la figura de una investigadora de la policía
de la ciudad que, de pequeña, asistió con horror cómo su hermana era asesinada
(y algo mas) en la habitación que compartían. Eso marcó de por vida a nuestra
protagonista, cosa que a lo largo de la trama se ve reflejado de una manera muy
bien narrada. Pero antes de ponerme a hablar de los personajes, parémonos
primero en la historia durante unos minutos.
Lo primero
que me gustaría resaltar del mundo creado por Alex, es su perfecta ambientación
y puesta en escena. Imaginaos una polis “humana” de las nuestras, de las de
“verdad”. Y ahora, como si fuese una fotografía antigua, pasémosla al blanco y
negro. Quitémosle el sol, la luz, los espacios abiertos, y detengámonos en los
suburbios, en las comisarías llenas de policías alcohólicos, corruptos, en esos
antros llenos de clientes borrachos atravesando la neblina gris producida por
las volutas de humo de los cigarros de los clientes, o en los callejones donde
se llevan a cabo los trapicheos, los contrabandos y las palizas por encargo.
¿Os lo habéis imaginado? Pues eso es Calles de chatarra en todo su esplendor.
Ahora os pediré un esfuerzo más. Sustituir a los gangsters de trajes impolutos
y sombreros de ala ancha por fornidos y enormes trolls, a las finas y
emplumadas prostitutas por hadas preciosas con alas transparentes y sonrisas
embaucadoras, las botellas de whisky de malta por una bebida de fuerte nivel
etílico llamado licor de hada y la heroína y la cocaína que se dispensa en los
callejones más oscuros, por la mierda de elfo, la última moda en
estupefacientes, y entonces sí que habéis entrado en Semura, la ciudad donde
acontece toda la trama que nos regala el autor. Y por cierto, a modo de
curiosidad, dicho nombre corresponde al de Zamora, ciudad en la que vive
nuestro autor y que realmente es su nomenclatura en árabe.
Sin lugar a
dudas, si tengo que destacar algo de toda la novela, es ese ambiente opresivo,
triste y bohemio de las novelas negras. Una ambientación que le viene al pelo
para poder contar lo que la mente perversa de Alex ha estado fraguando durante
once meses. Todo lo que rodea a los personajes está descrito con un mimo tal,
que provoca con celeridad el que te veas sumergido en la historia como un
personaje más de la misma. La facilidad con la que los humanos y otros seres
fantásticos conviven en la novela y entrecrucen sus vidas sin que te chirríen
los dientes, es espectacular, un detalle digno de alabar.
El comienzo
de la novela no puede ser más esperanzador. Su narración es directa, como un
golpe de boxeador en el mentón. No se detiene en ningún momento con
descripciones innecesarias. Hay un suceso que contar y cuanto antes, mejor. Y
si se puede ser escabroso, mejor. Hay que atrapar al lector, y lo consigue con
esas primeras cuatro páginas caminando alrededor de ese perfecto cliffhanger,
en el que toda la novela comienza a girar como un perfecto mecanismo de reloj
lleno de engranajes. De hecho, a medida que la trama va avanzando, y durante
muchísimo tiempo, parece que dicho suceso es un relato creado solo con la
intención de atarte a la historia y que sientas curiosidad por descubrir qué
sucedió en aquella habitación, aunque más tarde, la verdad será revelada.
Me ha
llamado la atención todo este submundo tan oscuro y tan lleno de detalles, ya
que, si te fijas en las similitudes con el Nueva York o el Boston de los años
de la Ley Seca, juega con todos esos submundos relacionados con la Mafia,
integrándolos en una trama paralela de la que nuestra detective es
protagonista. Además, la inclusión como personaje principal de ese troll con
pinta de matón llamado Mark, su “torque”, un artilugio que llevan todos los de
su raza alrededor del cuello a modo de collar y que limitan su descomunal fuerza,
su objetivo principal en la vida, y su manera de cruzarse con Irina es un
recurso muy bueno que dota de agilidad a la trama. Eso sin contar todo lo que
rodea a su pueblo, que también merece mención aparte, pero que hoy no voy a
abordar por no extenderme más aún.
Sin duda, la
mezcla de sucesos pasados y presentes mediante cortos capítulos de flashbacks
donde se nos explica la vida de ambos personajes y en los que se va
desenredando el por qué de cada una de sus acciones y sus vicisitudes actuales,
es algo valiosísimo para el perfecto funcionamiento de todo lo que debe
acontecer en el relato.
Pero al
igual que dichas virtudes elevan con mucho la originalidad de la novela,
también, y siempre desde mi punto de vista, hacen que la misma no deje de ser
una historia negra más, muy bien contada y con el elemento de fantasía
presente, pero al fin y al cabo, una trama de venganzas y traiciones vista más
de una vez. Las comparaciones anteriormente expresadas por mí, en las que los
trolls son gangsters, las putas, hadas y la droga, mierda de elfo, puede
provocar que los más exigentes sientan que el libro adolece de una trama mas
enrevesada para poder calificarla de una obra referencial en el género negro.
Yo, por suerte, no soy de ese grupo, y a pesar de ser consciente a medida que
iba leyendo de que la trama no iba a ser muy intrincada, me mantuvo atento a
sus letras desde el principio y escondido entre las calles de Semura atento a
cada movimiento detrás de los callejones. Sí amigos, porque al fin y al cabo,
entretener, que es lo más importante en mis lecturas, entretiene. Y mucho.
Su narración
es buena, sin exacerbar las descripciones ni detenerse en el tipo de costura
que tenían las múltiples cortinas de los baños de los clubes, ni en los
arañazos infringidos en cada vehículo que cruza las calles salpicadas de
charcos de lluvia. Y no lo hace porque no hace falta, ya que su historia no lo
necesita. Por tanto, otro punto a favor para Alex y su obra.
Los
personajes… ahí es donde yo puedo quejarme un poco más. Irina y Mark desde el
principio están muy bien construidos, llenos de matices, de historias pasadas,
de fuegos interiores que apagar. Pero a medida que el tiempo va avanzando,
estos comienzan a aplanarse y dejan de hacerlo de la misma manera que al
principio. Hasta el punto de que el final de uno de los personajes, el objetivo
que va buscando y el que nosotros estamos esperando, se desenlaza de una manera
rápida, apresurada y demasiado volátil para un servidor. Como si todo el camino
andado no tuviese importancia tras tantas cosas hechas y tantos sucesos
acaecidos.
Además,
algunos de los personajes que tienen muy buena pinta, desaparecen de un plumazo
(con una explicación de por medio, no así como así) siendo desaprovechados de
una manera inexplicable. De hecho, uno
de ellos, para mí de lo mejorcito de la novela, deja varias incógnitas de su
personalidad sin resolver, cosa que a mí me molestó de una manera inimaginable.
Pero en
definitiva, Calles de chatarra es una muy buena novela, bien narrada, bien
llevada y de una originalidad soberbia. Un detalle que me encantó, fue que mi
propia cabeza imaginaba aquel mundo como una evolución del universo World of
Warcraft, en el que pasados cinco mil o seis mil años, todas las razas y
habitantes de esos mundos habrían derivado en lo que Alex acaba narrando, que
no es más que un posible futuro para una sociedad así, si es que pudiese
existir.
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